domingo, 21 de julio de 2019

INTROSPECCIÓN

Hace una semana que, huyendo del ritmo frenético de la ciudad, cogí la mochila y me adentré en mi garganta. En un primer momento acampé en los bronquios. Pero al ver los pulmones no tardé en marcharme de allí. Estaban totalmente negros. En el estómago la cosa tampoco me fue muy bien: olía fatal y había demasiada bilis acumulada. Días después me dirigí al cerebro. Al llegar al hemisferio derecho, en un surco del lóbulo frontal, me encontré a mi ex. Me dijo que llevaba un año allí metida y que ya era hora de que la sacara de mi cabeza. La ayudé a salir y le prometí que seguiría mi propio camino. Esta mañana he estado explorando el oído interno. Esto es como un laberinto, he pasado por el mismo conducto varias veces. Me ha dado tiempo a pensar sobre qué quería hacer con mi vida. Después de caminar durante horas me ha parecido ver una luz a lo lejos. He tenido la tentación de salir. Pero al final he decidido que me voy a quedar aquí dentro un poco más. Creo que estoy a punto de encontrarme a mí mismo.